Martí

Martí

Thursday, June 4, 2015

Martí: el «racista bueno». Releyendo “Vindicación de Cuba”

Francisco Morán©

Southern Methodist University 

I

Uno de los textos de José Martí más conocidos y también más aludidos por críticos y estudiosos es, sin dudas, su carta “Vindicación de Cuba,” con la que respondió a los insultos a los cubanos proferidos en el artículo “¿Queremos a Cuba?” publicado en The Manufacturer, de Filadelfia, el 16 de marzo de 1889, y en el contexto sobre el debate que venía librándose en la prensa estadounidense respecto a la anexión de Cuba. Martí escribe y publica su respuesta luego de que The Evening Post – solo 4 días después de que apareciera el artículo de The Manufacturer – publicara a su vez otro en el que respaldaba el de su colega. A Martí, quien venía sosteniendo él mismo una enconada disputa con los cubanos que favorecían la anexión, no podía habérsele escapado el peligro del consenso en torno a la anexión que, como en efecto no falló en observar, cobraba forma en dos órganos de prensa estadounidenses que representaban dos visiones opuestas de la política del país hacia Cuba.
            Hay que decir, por otra parte, que el gesto de denuncia y rectificación de Martí de la imagen de los cubanos en los Estados Unidos tenía ya un antecedente en Cuba y sus jueces (rectificaciones oportunas), de Raimundo Cabrera (1887), y cuya popularidad se manifestó en las numerosas reediciones que tuvo. Cuba y sus jueces es una refutación de la imagen degradante de los cubanos que el peninsular Francisco Moreno había presentado un año antes en su libro Cuba y su gente (1887). No solo Martí guardó silencio en lo que respecta al libro ofensivo de Moreno, sino que tampoco reseñó la réplica de Cabrera. Su única alusión en este sentido es el comentario, hecho de pasada, de que Raimundo Cabrera era “el autor conosidísimo de un libro que todos tenemos, de Cuba y sus Jueces” (OC 5, 386). Dicha referencia la encontramos en un breve texto sobre dos cubanos que se encontraban en los Estados Unidos, y que publicó en Patria el 9 de julio de 1892. El descuido o falta de interés de Martí ante un ataque al carácter de los cubanos proveniente de una pluma española – así como a la contra-respuesta de Cabrera – contrasta marcadamente con su reacción a un insulto también, pero en este caso hecho por periodistas norteamericanos.
            No es casual que la carta de Martí haya llegado a convertirse en una referencia obligada a la hora de afirmar no solo su ideario independentista, sino también, claro, anti-anexionista, así como de la claridad con que percibió el desprecio de los Estados Unidos hacia la isla, y reconoció la arrogancia imperial y colonial subyacente a ese desprecio. Tampoco hay que olvidar que incluso “Vindicación de Cuba,” como tantos otros textos de Martí, ha servido a las más diversas y a veces supuestamente opuestas agendas políticas.[i] No obstante, puesto que este no es el único texto suyo que uno puede mencionar dentro de la misma órbita de pensamiento anti-anexionista y separatista – piénsese en “Nuestra América” y en la carta de despedida a Manuel Mercado, para no citar sino un par de ejemplos – la celebridad de la respuesta martiana, aun si esto no ha sido lo suficientemente
reconocido, descansa en que se trata de una respuesta pública, y a través de la cual, y del propio Martí, Cuba responde públicamente a la ofensa. Fue, para decirlo de una vez, un gesto definitivamente viril. En efecto, Ibrahím Hidalgo Paz nos dice que: “Martí se hizo eco de los sentimientos que tales artículos causaron entre sus compatriotas, y ofreció una digna respuesta, que tituló Vindicación de Cuba, publicada por el mencionado diario neoyorquino el 25 de marzo. Este texto y las traducciones hechas por él de los artículos antes mencionados, los editó en el folleto Cuba y los Estados Unidos” (énfasis mío). ¿Cómo sabemos, o qué prueba tenemos o nos da el autor, de esos supuestos “sentimientos” que los artículos de los periódicos norteamericanos “causaron entre [los] compatriotas de Martí? Es cierto que Martí mismo sugiere esto cuando aludiendo a los cubanos expresa: “Admiran esta nación…. pero desconfían de…” No puede olvidarse, no obstante, que es Martí quien habla aquí en nombre de un ellos que permanece oculto. Además de que, como puede verse, Hidalgo Paz se cuidó de mencionar la admiración por los Estados. Martí no podía sino hablar a nombre de los cubanos, de Cuba. No niego que haya habido cubanos que leyeron esos artículos y se sintieron ofendidos. No es imposible que así sucediera. Pero ¿puede afirmarse? ¿nos consta que se pronunciaran al respecto? Puede decirse, entonces, que Hidalgo Paz resume de maravillas la lectura ortodoxa de la carta de Martí – acrítica - que ha solido hacerse de la carta de Martí:

Una a una destruye las erróneas apreciaciones de los periódicos yanquis, con una mesurada exposición en la que aúna la contundencia del razonamiento y la profundidad del análisis para rebatir las ofensas inferidas a nuestro pueblo, donde los patriotas honrados y dignos "no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos", cuyos gobiernos estuvieron siempre dispuestos a favorecer a los enemigos de nuestra libertad, con la esperanza de arrebatar la Isla a la débil potencia colonial española cuando las circunstancias fueron propicias (“Vigencia…”).

            En su caso en particular, se recorta la cita para que encaje perfectamente en el argumento sólido y contundente. Otro ejemplo que viene al caso lo encontramos en el artículo “José Martí and the United States: A Further Interpretation” (1977) de John Kirk, quien también se muestra fascinado por el patriotismo anti-anexionista de Martí, tanto como con su proyección dramática, en la arena pública del debate sobre la posible anexión de Cuba a los Estados Unidos:

Para Martí, cualquier intento de vender su patria como si se tratara de cualquier negociable mercancía, y, por supuesto, sin considerar los deseos del pueblo, era completamente inaceptable – particularmente cuando el potencial comprador eran los Estados Unidos. Martí sentía que conocía esta sociedad lo suficientemente bien como para saber que cualquier cambio de amos solo podría resultar en detrimento de Cuba, y por tanto redobló su actividad revolucionaria.
            […] Ahora, sin embargo, que los Estados Unidos estaban considerando seriamente la idea de comprar la isla y de “americanizarla por completo,” Martí habló en voz alta y bravíamente contra tal acción… (Kirk 284) (patria en el original).[ii]

            También Bernardo Callejas enfatiza el aspecto performativo de la respuesta martiana al ligarla al espacio público de la tribuna, pero también – y esto es importante – al honor:[iii] “Por supuesto, al enviar su famosa carta a The Evening Post, Martí había considerado que la polémica, necesaria al honor, permitiría una tribuna a la causa revolucionaria y serviría para alertar a la emigración sobre la índole y los propósitos del enemigo” (Callejas 109) (énfasis mío). Por su parte, Marlene Vázquez Pérez expresa que Martí “respondió virilmente y con argumentos rotundos a una campaña difamatoria contra Cuba iniciada días antes en The Manufacturer, de Filadelfia, y de la que se hizo eco el rotativo neoyorquino The Evening Post” (énfasis mío). La afirmación de la virilidad de la respuesta la corroboran los “argumentos rotundos.” La respuesta viril, tal y como aparece implícito en el comentario de la autora, no puede desligarse de imagen afeminada de los cubanos pregonada públicamente – esto es importante – por el periódico estadounidense:

La carta al director de este diario ha pasado a la historia como “Vindicación de Cuba”, pues en ella se hace justicia a la valía de los cubanos, tildados de inútiles, afeminados, perezosos, cobardes, por la prensa norteamericana, como parte de una campaña de descrédito dirigida a delinear una imagen de “pueblo inferior”, incapaz de gobernarse por sí mismo, con lo cual se intentaba justificar, a mediano plazo, la posibilidad de la anexión de la isla, largamente apetecida por el gobierno norteño, y precedida por varios intentos fallidos de comprarla a España (Pérez Vázquez 114) (énfasis mío).

            Martí era Cuba, y la afeminación pública de Cuba en la prensa estadounidense, no podía sino significar una humillación pública para él mismo. Por eso no podía dejar de responder a esos cargos. Su honor – el de Cuba – había sido ultrajado. La afrenta pública exigía la defensa pública del honor, y lógicamente tenía que ser una afirmación de la hombría de Martí-Cuba, hombría cuya afirmación exigía dar al traste con lo femenino, con la abyección que implicaba incluso la sombra de la mujer.[iv] Desde otro ángulo, pero no tan lejos de lo que comento, Gustavo Pérez Firmat sugiere que en “Vindicación de Cuba” la Cuba que Martí defiende era él mismo. En este sentido es importante observar que a Pérez Firmat no se le escapa la tensión interna del texto en relación con la masculinidad. En respuesta a “la supuesta lasitud del cubano” en el artículo del periódico norteamericano, comenta Pérez-Firmat,

[p]ara rebatir la acusación, Martí sale a la defensa de los jóvenes de poco cuerpo:

porque nuestros mestizos y nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de llamar, como The Manufacturer nos llama, un pueblo “afeminado”? Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel (1: 238)

En lugar de negar la endeblez del cubano, como podía (¡y debía!) haber hecho, Martí adopta una estrategia meñiqueísta: los jóvenes cubanos son delicados pero viriles, débiles pero valientes. Y además astutos: tiran la piedra y esconden la mano dentro del guante. Tanto como una vindicación de Cuba, el ensayo constituye una vindicación del “poco cuerpo,” o sea, una vindicación del hombrecito locuaz y poeta que era Martí (Pérez Firmat) (énfasis mío).

II

En efecto, me atrevo a afirmar que, hasta ahora, la crítica solo ha avanzado hacia una discusión más productiva y menos maniquea de “Vindicación de Cuba” cuando ha reconocido la ansiedad en torno a la identidad masculina que recorre al texto. Ya en 1998 Beatrice Pita, en una lectura comparada de María Amparo Ruiz de Burton con Martí había notado que ambos escritores “solo pueden expresar las disparejas relaciones de poder y los deseos de que hablan en términos de identidad sexual, y sexualizados” (Pita 137). Comentando un pasaje de “Vindicación de Cuba,” ella expresa que Martí, “aquí como en otras partes de sus textos, está respondiendo a una división de esferas estrictamente delineadas y altamente románticas para lo femenino y lo masculino – una dicotomía que se extiende también a lo literario” (139).
Emilio Bejel es quien ha estado más cerca del conflicto personal de Martí subyacente
en “Vindicación de Cuba,” pero también quien por lo mismo se ha mostrado más reticente a indagarlo a fondo. En referencia a los artículos de The Manufacturer (Filadelfia) y del New York Post, Bejel comenta que Martí “trata de combatir” la representación de los cubanos que aquellos habían presentado “en términos sexistas, racistas e imperialistas” (48) (énfasis mío). A diferencia de otros estudiosos que presentan la defensiva de Martí como ofensiva antimperialista y anti-anexionista, Pérez Firmat, primero, y ahora Bejel, notan justamente lo opuesto. Bejel no nos habla aquí de una actitud combativa, sino de un intento en esa dirección: Martí trata. Lo que es todavía más importante; insiste en esto: “Está claro que la respuesta de Martí es extremadamente defensiva ante la acusación de los poderosos norteamericanos” (49) (énfasis mío). El contraste – respuesta extremadamente defensiva/poderosos norteamericanos – invierte definitivamente la imagen de Martí a que había llegado la crítica, puede decirse que unánimemente, respecto a la respuesta contundentemente viril de Martí. Bejel también repara en aquello que había notado Pérez Firmat, pero a mi juicio falla al no percatarse, como este último, de lo que estaba en juego:

El artículo de Martí tiene también otras implicaciones que debemos explorar. Por una parte, afirma que los cubanos, lejos de ser afeminado son extremadamente viriles, ya que tanto los “mestizos” como los “jóvenes citadinos” hacen sacrificios extraordinarios en la lucha por la libertad, y además, otros cubanos (quizás Martí aquí se refiera a los campesinos) realizan grandes esfuerzos físicos típicos de hombres fuertes y viriles. Pero podemos preguntarnos qué quiere decir Martí con esa expresión de que “nuestros hombres mestizos y citadinos son generalmente de físico delicado, suave cortesía y facilidad de palabras, y esconden bajo del guante que pule el poema la mano que derrota al enemigo.” Para el lector poco avisado en cuanto a la ideología y retórica martianas esta parte de su texto puede parecer sumamente desconcertante.

La interpretación de Bejel es que el “contraste casi inconcebible” que hace Martí es que,

Como de costumbre [este], construye una especie de “nuevo cubano” que se distancia tanto de la decadencia de fin del siglo diecinueve (con sus implicaciones homoeróticas) como del utilitarismo y expansionismo norteamericano; tanto de la sensualidad de la supuesta decadencia urbana que puede llevar a una fragmentación social como del materialismo que rechaza la cultura de la poesía (49)

            Significativamente, Bejel, que comenta antes sobre el miedo al afeminamiento no solo de Theodore Roosevelt, sino también de los hombres de su tiempo, parece renuente a reconocer ese mismo miedo en el texto de Martí, a pesar de que esto no puede estar más claro. De hecho,  observa algo que revela no la marcada y total oposición que habría de esperarse entre el imperialista y el independentista, sino su más profunda similitud. Roosevelt, comenta Bejel, “previno contra los efectos dañinos que podría traer el ‘afeminamiento’ en los hombres durante un período de paz: ‘The greatest danger that a long period of profound peace offerts to a nation is that of [creating] effeminate tendencies in young men’” (énfasis de Bejel). Semejante idea “llevó a Roosevelt a glorificar la guerra como una manera de ‘virilizar’ a los hombres […]” (47). La visión de la guerra martiana es indisociable de su fascinación con la hombría entera del héroe. De ahí que la guerra fue para él “necesaria” en más de un sentido. Tanto Martí como Roosevelt buscaron resolver sus miedos, sus inseguridades, y ambos también dejaron al descubierto los deseos que más intentaron amordazar. Si en la guerra, en la violencia de la guerra, habría que insistir, el hombre demostraba sus virtudes masculinas, el espacio de la guerra era también el pedernal donde  las altamente cargadas relaciones homosociales no podían sino producir aquello que ese escenario quería exorcizar: un chispeante, intenso y siempre presente homoerotismo.[v] Martí y Roosevelt revelan particularmente esa ansiedad en la tensión palabra-acción. Es archisabido que Martí quiso ser poeta en actos. En su ensayo “American Ideals,” y en términos que a muchos les recordará el Martí que aprendieron machaconamente, Roosevelt censura “[al] especulador inescrupuloso que se eleva a una enorme riqueza estafando al vecino,” “[al] capitalista que oprime al trabajador; […] al hombre que en la vida pública es demagogo y corrupto.” Entonces añade, como repitiendo a Martí:

Los grandes escritores, que han escrito en prosa o verso, han hecho mucho por nosotros. Los grandes oradores cuyas ardientes palabras en nombre de la libertad, de la unión, del gobierno honesto han tañido a través de nuestros salones legislativos, han hecho incluso más. Son los hombres que nos han hablado con los hechos y no con las palabras, los que han hecho todavía más; o cuyas palabras han reunido su significado especial y encanto porque vinieron de hombres que hablaron con los hechos (13) (énfasis mío).

            Y no hay por qué asombrarse. Martí mismo lo dijo: “A un enemigo no se le puede vencer si no se tienen las mismas cualidades que él tiene, o más.” Está hablando del enemigo español, pero también generaliza. Y aquí precisamente está el quid de “Vindicación de Cuba.” Sin negar su rechazo y desafío al menosprecio imperial y colonial, Martí va incluso más allá del simple hecho de negar la inferioridad de los cubanos. Se trata también de igualarlos con los norteamericanos.[vi]

III

            A pesar de que la carta-respuesta “Vindicación de Cuba” está considerada como uno de los textos canónicos y más radicales de la postura anti-anexionista de Martí y de su crítica a los Estados Unidos, hasta ahora absolutamente nadie se había ocupado de estudiarla a fondo, detenidamente. Marlene Pérez-Vázquez, que es quien en apariencia le ha dedicado tiempo y trabajo al texto, se limitó a un análisis filológico que consistió en comparar el texto publicado por Martí con el borrador manuscrito. El análisis, nos dice, “permite constatar que ya Martí escribe con soltura en inglés, pues son visibles sus continuas correcciones al manuscrito” (115). Se trata de un modelo de “análisis” que evita lidiar con el texto mismo. Ahora, bien, la razón por la que, como afirmé antes, nadie se había ocupado con seriedad del texto martiano hasta ahora, no es solo porque no se lo ha leído con cuidado. Tampoco se han leído los dos artículos a que responde Martí. Solo al confrontar los textos de The Manufacturer y del New York Post, por un lado, con la respuesta de Martí, por el otro, descubrimos aquello que estando a la vista de todos ha permanecido, no obstante, invisible: el racismo explícito en los análisis de los periódicos norteamericanos, e implícito – y esto solo hasta cierto punto – en la gallarda réplica del Apóstol.
            Pero no nos apuremos.
El 16 de marzo de 1889 The Manufacturer, de Filadelfia, publicó el artículo “Queremos a Cuba?” Pocos días después, el 21 de marzo, The Evening Post de Nueva York publicó “Una opinión proteccionista sobre la anexión de Cuba,” y en el respaldaba la posición de su colega en torno a la cuestión de la anexión de Cuba por los Estados Unidos. Ese mismo día Martí escribió su réplica y la envió al periódico neoyorkino, el cual la publicó el  25 de marzo.
Lo primero que quiero recordar que el asunto de las ventajas y desventajas de la anexión de Cuba era algo que ya hacía tiempo venía debatiéndose en la prensa de los Estados Unidos. De esto se ocupó el Sun de Nueva York, el 13 de febrero en el artículo “One of Mr. Blaine’s Ideas” (p. 4). “Es cierto, como señala Mr. Blaine,” dice el Sun, “que Cuba ha sido por mucho tiempo el principal lugar de criadero de la fiebre amarilla.” Pero “[s]i a través de la aplicación enérgica de medidas higiénicas preventivas [Cuba] pudiera ser librada de este mal pestilente, nuestros estados del Golfo tendrían una mayor posibilidad de
escapar de este azote…” La idea era que las pérdidas de dinero en el Sur por la epidemia de 1888 “no se quedarían demasiado cortas del valor que incluso los estadistas españoles le pondrían a Cuba.” A esto el periódico añadía el lugar estratégico de Cuba en el Golfo de México, advirtiendo que cualquiera que fuese la utilidad de comprar a Cuba “este aumentaría notablemente después de la terminación del canal tras-ístmico, en Panamá o en Nicaragua.” Así, “la posesión de Cuba permitiría, en tiempo de guerra, el control de la vía interoceánica.” Otra ventaja sería que “la iniciativa y el capital americanos estimularían inmensamente los recursos agrícolas de Cuba.” A pesar de la asunción de que Cuba era para España un asunto de orgullo y honor, y que por tanto no estaría dispuesta a venderla, el Sun nos dice que, según John Bigelow, el General Prim le había ofrecido Cuba antes a los Estados Unidos por tres millones de dólares. “En nuestras manos,” dice el periódico, “la isla saldría barata” por esa suma. Preguntándose si Sagasta aceptaría ese trato, el Sun concluye que no podía saberse hasta que se hiciera la oferta, y añade que lo único cierto era que había “miles de cubanos perseguidos y saqueados a los que les gustaría que se hiciese la oferta.” Solo un día más tarde, el Austin Weekly Stateman, de San Antonio, publicó un artículo en el que se discutía la anexión de Canadá y de Cuba. Allí se reportaba que recientemente un congresista de Maine y su primo – un fabricante que tenía inversiones en el Sur – habían hablado con Blaine sobre negocios privados, y que había salido a relucir el asunto de la anexión. En el caso específico de Cuba, Blaine expresó: “Si estuviéramos buscando territorio para aumentar nuestra fuerza y riqueza, debería decir que Cuba es una isla que los intereses de Estados Unidos naturalmente perseguirían.” El periódico de San Antonio repite los argumentos que habían aparecido en el Sun, y termina con la siguiente opinión de Blaine: “Respecto a su contribución a nuestra riqueza, Cuba, en las manos del pueblo yanqui – y con esto quiero decir la raza americana, ahorrativa, enérgica, inventiva – añadiría inmensamente a nuestra propiedad. Es una tierra fértil, y, bajo el control de una fuerza de trabajo especializada, sin duda sus recursos productivos se duplicarían un cien por ciento” (“Annexation of Cuba” 9).
No hay que extrañarse de que al mismo tiempo que se discutía públicamente la anexión y la compra de Cuba, los periódicos también buscaran estimular el interés del público estadounidense en Cuba, y sobre todo en La Habana. En este contexto, y un día antes de que apareciera la réplica de Martí, es decir, el 24 de marzo, The Pittsburgh Dispatch de Pensilvania publicó la crónica “Always Afternoon.” Lo más interesante de la crónica es la relación de continuidad que sugiere entre Cayo Hueso y La Habana, de la que emerge una pintura bastante homogénea y etnocéntrica del cubano. Así, el Cayo “es en todas las apariencias una ‘parte extranjera’ [de Estados Unidos] como Cuba o Nueva Zelandia.” La facilidad con que se cruza a La Habana cualquier día, “y el resultado es que la isla que poseemos sea un asilo para los políticos cubanos.” Allí hay “un pueblo compacto de casas incómodas que albergan de 15 000 a 20 000 personas, y menos de la mitad son ciudadanos de Estados Unidos, y los cubanos restantes son mayormente refugiados políticos o fugitivos de la justicia.” También “la mayor parte de los ahorros de los tabaqueros de Cayo Hueso son dedicados a la causa de la independencia cubana, y son recolectados regularmente cada día de pago por los ‘delegados ambulantes.’” En Cayo Hueso, continúa el cronista,

el verano es perpetuo, y al mediodía todas las almas están dormidas. Los cocoteros cabecean soñolientos y las grandes hojas de plátano se mustian bajo el peso del aire. El sol dora los suaves troncos de las palmas, el zumbido de los insectos es silenciado por el tabaquero que canta en el trabajo mientras la neblina de la mañana cae sobre la tierra, busca el abrigo de las bajas cejas de los techos, fuma su cigarro, sorbe su café y se echa a tomar una siesta. La gente comparte el dormir entre el día y la noche. Trabajan temprano en la mañana y en las horas del atardecer, entregan sus noches al placer y el mediodía al descanso” (“Always… 10).

            A pesar de que la jurisdicción indica que el Cayo es territorio norteamericano, todo lo demás – la actividad revolucionaria de los cubanos, el trasiego con La Habana, la ciudadanía no americana de menos de la mitad de sus habitantes, y a lo que se añade la geografía – sugiere que es un espacio extranjero con relación a los propios Estados Unidos. Más aún, no se trata de una extranjería cualquiera, sino del exotismo tropical de Cuba. En marcado contraste con la energía y la productividad de la raza americana que soñaba con comprar o anexarse a la isla y ponerla a producir, el Cayo simboliza el sopor, la inactividad, la modorra del pueblo cubano. Hasta tal punto es así que podría decirse que es aquí donde reside en última instancia la marca de su radical otredad respecto a los Estados Unidos. Su modorra, como puede verse, está asociada a la decadencia: las hojas de plátano que se mustian, la soñolencia, el cabeceo. En el Cayo, se sugiere, todo es suave, pasivo incluso. Y el activismo político de los cubanos, que podría asociarse con el vigor, la constancia y, por supuesto, con los valores masculinos, aparece enredado a la actividad criminal y a la anarquía social: el cronista no alcanza a distinguir al refugiado político del perseguido por la justicia. Significativamente Cayo Hueso se parece más a lo que el cronista llama “la Cuba de la imaginación.” Al llegar a La Habana descubre que la Cuba real no estaba “llena de bellas mujeres, plátanos y lujo sensual.” Por el contrario, “no hay perpetuo verdor” y “la mayor parte de la isla es un pelado arrecife de arena.” Porque, “fuera de los jardines botánicos y siempre exceptuando las palmas, no hay en Cuba un árbol suficientemente grande […] que pueda pasar la inspección en Maine o Minesota. Los cañaverales son descritos como “secos y polvorientos.” En efecto, para describir la isla, e incluso la ciudad, el autor usa términos como  “pantanos inaccesibles,” “ríos turbios,” y afirma que “los pájaros más hermosos de La Habana son los buitres.” Al igual que de Cayo Hueso, de La Habana dice el cronista que es un verano perpetuo: “El verano dura todo el año, y el suelo es más rico que en cualquier otra región del globo.” También como Cayo Hueso, La Habana aparece como un espacio de ocio y placer: “Todo el mundo disfruta en La Habana, porque el dolce far niente es el mejor lugar del mundo. La pereza no es solo respetable, sino un asunto de educación.” La meta principal de un hombre, afirma el cronista, es “tomar las cosas con calma” y “evitar el calor.” Su conclusión es que “cualquier yanqui podría bajar aquí y enseñarle a esta gente como lograr lo que quiere ahorrándose la mitad de los problemas que esto le cuesta, pero nunca aprenderían. Tienen todo tal como lo tenían sus antepasados en el Sur de España, y no han hecho ningún cambio en 300 años.”
            La crónica no sugiere, sino indica que los cubanos – donde quiera que estén, y sobre todo en la isla – son perezosos, han heredado y asimilado el atraso de España, no les importa el desarrollo de Cuba, y son francamente sucios. En contraste con esto, poseen el suelo más rico del mundo, y ni aún si la raza superior del yanqui quisiera enseñarles a ser limpios, productivos y modernos, no aprenderían. Lo que se sigue de esta pintura racista y etnocéntrica es que los Estados Unidos podrían beneficiarse con la anexión de Cuba, puesto que dada la naturaleza de los cubanos la independencia no cambiaría nada. Además, como dije antes, la marcada oposición entre la raza yanqui y la cubana está atravesada a su vez por la igualmente dispareja identidad sexual. La raza estadounidense posee la iniciativa, la independencia, la fuerza, la actividad, es decir, los rasgos considerados típicamente como “masculinos.” Los cubanos, por el contrario, son pasivos, aceptan la dominación, se entregan voluptuosamente al placer y no al trabajo, y si cultural e históricamente seguían sometidos a España, no menos lo estaban a la naturaleza “indolente” del trópico. El fatalismo implícito en la dependencia del carácter de la naturaleza es, probablemente, el significante del “afeminamiento” de los cubanos.[vii]
            Debo señalar que alrededor de los comentarios racistas y que cuestionaban la masculinidad de los cubanos – más explícitamente en unos casos que en otros – giraban las
objeciones a la anexión de Cuba. El 12 de febrero de 1888 el New York Daily Tribune publicó un extenso comentario del libro The English in the West Indies, del inglés James Anthony Froude. Aunque se trataba de un libro de viaje, Froude trató extensamente en él el asunto de la unión o anexión de las Indias Occidentales. El corresponsal del Tribune en Londres observó que “[e]n el presente libro [Froude] se ocupa menos directamente del continente Americano, pero son numerosas sus referencias a la República. Las Indias Occidentales están lo suficientemente cerca al continente Americano como para hacer la opinión Americana un factor en su futuro” (énfasis mío). Esta importancia explica el título escogido por el corresponsal del Tribune: “Mr. Froude on America.” Respecto a Cuba, dice el corresponsal:

            Mr. Froude piensa que nuestra negativa a tener que decirle algo a Cuba es una política sensata:

            “Los Americanos miraron a la isla que está situada tan tentadoramente cerca de ellos, pero fueron sabios en su época. Reflexionaron que introducir en la república anglo-sajona tan insoluble un elemento como un millón de españoles católicos romanos, ajenos en la sangre y en el credo, con un medio millón de negros para aumentar la oscura inundación que ya corre demasiado llena entre ellos, sería invitar una indigestión de serias consecuencias.”

            Y otra vez:

            “Puede que América encuentre que no está en sus intereses anexarse estas islas, pero puesto que les ordenó a los franceses marcharse de México, y los franceses obedecieron, el sentimiento universal es que en ese lado del Atlántico ella sea el árbitro supremo de sus destinos” (“Mr. Froude…12) (énfasis mío).[viii]

            Como puede verse hasta aquí, para los Estados Unidos los aspectos positivos de la anexión eran la ubicación geográfica y por tanto el valor estratégico de Cuba, así como las riquezas que prometía la explotación de la isla, y finalmente que la eliminación de la fiebre amarilla protegería a los estados del Sur de nuevas pérdidas. Mientras tanto, los factores negativos eran puramente racistas, puesto que en realidad no se distinguía mucho entre negros y españoles, y tampoco entre españoles y cubanos.[ix] Esto explica la idea de americanizar completamente a la isla, y a lo que Martí se opone resueltamente en “Vindicación de Cuba.” Por otra parte quiero insistir en que el debate se producía en medio del incesante recordatorio de la doctrina del destino manifiesto.[x] Más aun, la discusión sobre la anexión de Cuba ganaba en esos momentos un impulso notable. Así, el Pittsburgh Dispatch (Pensilvania) repostaba el 21 de febrero de ese mismo año de 1888 que “[l]a conversación sobre la anexión no ha estado tan de moda como lo está en el presente, con muchas revistas y políticos, desde los días cuando se quiso Cuba para la extensión de la esclavitud, y los filibusteros de Walker invadieron la América Central.”[xi] El periódico de Pensilvania añadía que “es un hecho que la población de Cuba, de Nicaragua o del Sur de California sería, decididamente, una adición indeseable a nuestra ciudadanía” (énfasis mío). No quiero que se pierda de vista, ni por un instante – aunque sea esto lo que nos interesa aquí – que cuando Martí publica su respuesta a la prensa norteamericana, no era solo la anexión de Cuba lo que estaba en discusión. Es más, la de Canadá era una de las más discutidas en ese momento. Entonces, el comentario del Pittsburgh Dispatch de que, a diferencia de los mencionados antes, Canadá “es el más cercano a nosotros en ambas cosas, en la locación y en las cualidades de inteligencia y auto-gobierno de su pueblo” (4) (énfasis mío) deja más que en claro la índole racista de la discusión. Incluso tres días antes de que The Manufacturer de Filadelfia publicara su artículo “Queremos a Cuba?” el Saint Paul Paul Globe de Minesota reportó que el senador Hampton declaró que estaba a favor de la anexión de Cuba, añadiendo: “Queremos esa isla con el propósito de que nos permita establecer una colonia para algunos de nuestros negros” (“Some Side Remarks” 1) (énfasis mío).[xii] Por su parte The Indianapolis News declaraba el mismo 19 de marzo que “[t]ales dependencias como Nuevo México o Cuba, o cualquiera de las colonias hispano-americanas, tienen demasiado de su carácter original para hacer de ellos deseables asociados para un grado más elevado de civilización” (“Our Use…” 2).[xiii] No menos importante es el hecho de que en estos mismos días el expresidente Cleveland hizo un viaje a Cuba y fue agasajado por las autoridades coloniales, hecho que la prensa conectó al deseo anexionista: “El expresidente Cleveland y miembros de su ex gabinete se han ido en un viaje de juerga a Cuba. Sin duda se están preparando para hacer de la anexión de Cuba la tónica del discurso de la campaña demócrata en 1892” (The Council Grove Republican, 22 de Marzo de 1889, p. 4). El 24 de marzo que a su llegada a La Habana Cleveland había sido ovacionado por los cubanos.[xiv]
            En conclusión, la visión racista de los Estados Unidos sobre Cuba estuvo todo el tiempo presente, y en el centro, del debate sobre la anexión. Y como ha podido verse, este fue el caso lo mismo si se apoyaba o se rechazaba la idea de anexarse a Cuba. ¿Por qué resulta de la mayor importancia no olvidar esto? Porque los dos artículos a los que respondió “Vindicación de Cuba” presentaron una visión de Cuba visceralmente racista de Cuba. De ahí que el silencio de Martí al respecto – y no solo ese silencio; también la respuesta, como veremos – sea a su vez revelador del racismo de su carta. Pero hay todavía que añadir que, mal que nos pese, Martí era quien menos podía defendernos, pues tanto el artículo de The Manufacturer como el Evening Post no hicieron otra cosa que darle una cucharada de su propia medicina. Lo primero, entonces, es volver a esos artículos que sacaron de quicio a Martí.

IV

            Todos los que han celebrado “Vindicación de Cuba” lo han hecho en atención al supuesto radical anti-anexionismo, patriotismo y sobre todo de la defensa viril y pública de Cuba con que Martí habría refutó la difamación de los cubanos en dos artículos publicados sucesivamente por un periódico de Filadelfia y otro de Nueva York. Que yo sepa, en ningún caso los elogios tributados al texto martiano nos han ofrecido un análisis cuidadoso que contrastara lo expresado en dichos artículos con la respuesta de Martí. Al llevar a cabo esa tarea, demostraré que la crítica – para no variar – ha ido profundamente descaminada.
            Comencemos por el artículo “¿Queremos a Cuba?” Debe advertirse que aquí se empieza hablando de territorios: Cuba, España, Estados Unidos. En esta primera parte se celebran la isla desde el punto de vista de las ventajas que su posesión les traería a los Estados Unidos; no lo que esto podría significar para Cuba misma. Las ventajas de codiciarla son claras, y desde el principio se las presenta explícitamente vinculadas al deseo: “es la más espléndida de las Antillas;” tiene “las bahías más hermosas de toda esa región;” “[s]u capacidad productiva no es aventajada por la de ninguna otra porción del globo terráqueo;” “[s]u tabaco es el mejor del mundo. Es el suelo favorito de la caña” (énfasis mío). La descripción de la Isla es ambas cosas, bursátil y sensual. Los superlativos realzan su excepcionalidad, y resulta casi imposible no recordar esa manzana que, por su propio peso, no podía sino caer en las manos yanquis. Justo porque, más que deseable, Cuba es el significante mismo del deseo colonial, su maravilla aparece asediada por el ardor anexionista: “La nación que la posea tendrá el señorío casi exclusivo de las avenidas a cualquiera de los canales interoceánicos.” Esta declaración despeja cualquier duda sobre la inutilidad del sueño independentista, puesto que si no son los Estados Unidos, se sugiere, la poseerá otra nación. No obstante, resulta obvio que la intención de The Manufacturer es dejar en claro que solo Estados Unidos poseerían a Cuba, para lo cual se invoca el fatalismo geográfico: “Está tan cercana a la Florida, que la Naturaleza parece indicar su afiliación a la nación que domine este continente.” Ni siquiera es necesario que la deseen los Estados Unidos: por su propia (dis)posición geográfica Cuba ya ha elegido pretendiente. El discurso colonial, convencionalmente hablando feminiza a la isla, al afirmar su posesión total con una imagen en la que las ganancias del mercado norteamericano se perfilan en el horizonte de la violación: “Abriremos además un nuevo y gran mercado para todo lo que ahora producimos, y ese mercado estará enteramente en nuestro poder. Podemos hacer con él lo que nos plazca” (énfasis mío). Es la oposición entre lo cerrado y lo abierto, entre el chingón y la chingada de que habla Octavio Paz en “Los hijos de la Malinche.”
Hasta aquí – y hay que insistir en esto – The Manufacturer se refiere a Cuba como si se tratara de un territorio vacío de cualquier cosa que no sea su propia riqueza, su locación geográfica. Esta es una isla despoblada. Pero no por mucho tiempo.
Cuba se puebla súbitamente cuando aparecen los inconvenientes de la anexión. Seamos más precisos: la única inconveniencia de anexarse a Cuba radica en su población. Y no es ciertamente un detalle de menor importancia que, a pesar de toda la rapiña colonial manifiesta en el deseo anexionista, lo que parece sacar de paso a Martí es que los Estados Unidos no nos consideren dignos de la anexión. Al principio mismo de su carta respuesta, Martí afirma que no le interesaba discutir ese asunto: “No es éste el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba” (“Vindicación…”) Uno podría, tendría que preguntarse, si no era este el momento para discutir ese asunto – y recuérdese que por aquel entonces, como dijo uno de los periódicos, ya había una fiebre de anexión – ¿cuándo entonces? ¿Era posible acaso disociar “el asunto de la anexión” de la “ineptitud” de los cubanos para ser anexados a los Estados Unidos? Esta es una de las preguntas que me propongo responder, y adelanto mi hipótesis: la respuesta de Martí revela que su posición no era, en verdad, tan rotundamente anti-anexionista como se ha pretendido hasta ahora.
Como decía, pues, la anexión aparece como indeseable tan pronto como se habita la isla, pero – hay que advertirlo – no de cubanos estrictamente hablando. The Manufacturer no habla de cubanos a secas como se infiere de la respuesta de Martí, y como han creído los estudiosos, quienes en su mayor parte se contentan con leer solo a Martí; y ni siquiera con esto.
El periódico de Filadelfia dice, no que los cubanos, sino que la población de la isla “se divide en tres clases:” “españoles, cubanos de ascendencia española, y negros.” Es decir, en Cuba no hay blancos. Como expliqué antes, para los Estados Unidos los españoles no eran blancos. De ahí que según el periódico de Filadelfia ellos “están probablemente menos preparados que los hombres de ninguna otra raza blanca para ser ciudadanos americanos” (énfasis mío). Esto se explica, por el estereotipo del español como – y cito al periódico – “fanático,” y por tanto incapaz de razonar y de pensar; así como atrasado. Entonces, claro, al no hablarse de  cubanos, sino de “cubanos de ascendencia española,” se infiere que  tampoco son blancos. Añádanse los negros y enseguida se echa a ver eso en que he insistido hasta aquí: los debates sobre la anexión – y no solo la de Cuba – fueron, ante todo, inequívocamente racistas. Si no se entiende esto tampoco se puede ver el racismo de la respuesta de Martí.
Cuando el artículo pasa a describir a los cubanos no podemos olvidar que ya se nos había dicho que eran de “ascendencia española.” Como dice The Manufacturer, tienen “los defectos de los hombres de la raza paterna.” Por eso es importante señalar que muchos de los rasgos de esos cubanos son los que también se les atribuían a los negros: “[n]o se saben valer, son perezosos, de moral deficiente, e incapaces por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía en una república grande y libre.” Son igualmente indolentes. Por esto el artículo consideraba un desatino “darles la misma suma de poder que a los ciudadanos libres de nuestros Estados del Norte” (énfasis mío). La oposición es importante: esos cubanos descendientes de españoles estaban muy cerca de los negros del Sur. Y para sumar abyección a la abyección, The Manufacturer afirma que, en cuanto a los negros, además de estar “claramente al nivel de la barbarie,” “[e]l negro más degradado de Georgia está mejor preparado para la Presidencia que el negro común de Cuba para la ciudadanía americana” (“¿Queremos a Cuba?”). De modo que la ineptitud política, la incapacidad para la ciudadanía, e incluso el “afeminamiento” de los cubanos se explica, ante todo, y por encima de todo, porque no son blancos. El cuadro denigrante surge de la mirada racista.
Cuando The Evening Post ratifica lo expresado en ¿Queremos a Cuba? se apoya, como cabía esperar, en los mismos postulados racistas. Por eso, en primer lugar, cita en extenso la descripción de los españoles y de los cubanos de ascendencia española que leímos en The Manufacturer. En cuanto a los negros, expresa: “Todo esto lo reiteramos con énfasis nosotros, y aun se puede añadir que si ya tenemos ahora un problema del Sur que nos perturba más o menos, lo tendríamos más complicado si admitiésemos a Cuba en la Unión, con cerca de un millón de negros, muy inferiores a los nuestros en punto a civilización” (énfasis mío).
No creo que en este punto le quede alguna duda al lector que era imposible que una respuesta adecuada a los dos artículos no podía dejar de censurar su ostensible racismo. Pero Martí, que no creía que ese era “el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba,” evidentemente tampoco pensó que ese era el momento de discutir el problema negro. Esto resulta más chocante si se quiere, por la disposición de Martí a no poner en duda la integridad, ni el amor a Cuba de los anexionistas: “Hay cubanos que por móviles respetables, por una admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado desconocimiento de la historia y tendencias de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados Unidos” (“Vindicación…”). Los anexionistas se equivocan por lo que desconocen, pero si el móvil de sus ideas sobre Cuba era “una admiración ardiente al progreso y la libertad,” uno puede decir que tal vez no había diferencias de fondo entre el anexionista y el independentista. ¿O sí?
¿Por qué Martí guarda silencio ante los ímpetus racistas de The Manufacturer y del Evening Post? Lo que es más importante todavía, ¿por qué no defendió - ¡como debió haberlo hecho! – al negro cubano? Porque, como dije antes, y como lo vio acertadamente Pérez Firmat, la defensa de Cuba y de los “cubanos” que emprende Martí era, ante todo, la de sí mismo. Y él, claro, no era negro. Natural que no se ocupara de los negros. No vaya a pensarse, sin embargo, que es solo en este silencio en lo que se basa mi argumento de que “Vindicación de Cuba” es un texto racista. Como veremos en seguida, tal “silencio” es solo aparente: Martí habla sobre los negros.
Ha llegado el momento de entrar a fondo en “Vindicación de Cuba.” Para comprender la índole racista del texto, lo primero que tenemos que hacer es observar cómo pinta Martí a los cubanos para refutar a los periódicos yanquis: “los que por su mérito reconocido como científicos y comerciantes, como empresarios e ingenieros, como maestros, abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas, como hombres de inteligencia viva y actividad poco común” (énfasis mío). Recordemos, para empezar, que Martí mismo era casi todo eso: maestro, abogado, artista, periodista, orador y poeta. En segundo lugar, basta un vistazo a esas profesiones para percatarnos enseguida de que eran – con las usuales excepciones – profesiones de blancos. En este contexto, la aclaración de Martí es reveladora: “No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio…” El periódico de Filadelfia no habla de “vagabundos míseros o pigmeos inmorales,” y menos de “inútiles verbosos.” Hay que decir que, puesto que el periódico de Filadelfia no denigra meramente a los cubanos por ser cubanos, sino por no ser blancos, lo que Martí dice que los cubanos – ni él, en primer lugar – no son un pueblo de negros. Digo él en primer lugar porque la invención de “inútiles verbosos” indica que Martí tomó la ofensa como una ofensa personal, dirigida a él. Doblemente personal, puesto que él era también Cuba. La picazón de ese ataque que nunca se hizo – “inútiles verbosos” – nos recuerda su obsesión con ser poeta en actos, o dicho de otra manera, no ser un inútil verboso.
Pero lo más sorprendente – al menos para quienes creen en el amor absoluto de Martí por la Isla - es que el Apóstol termine dándole la razón a The Manufacturer y al Evening Post:

porque nuestro gobierno haya permitido sistemáticamente después de la guerra el triunfo de los criminales, la ocupación de la ciudad por la escoria del pueblo, la ostentación de riquezas mal habidas por un miríada de empleados españoles y sus cómplices cubanos, la conversión de la capital en una casa de inmoralidad (“Vindicación…”) (énfasis mío).

            Martí se refiere al gobierno colonial como “nuestro gobierno,” admisión que, desde luego, compromete su gallarda defensa de los cubanos. Coincide en que españoles y cubanos han convertido la capital “en una casa de inmoralidad.” Sí, especifica que es una miríada, pero ¿qué decir de ese pueblo habanero que Martí hunde en la escoria? Aquí salen dos cosas: en primer lugar, la repulsión que la ciudad le inspiraba a Martí (aunque menos Nueva York que La Habana). En segundo lugar se trata de la visión de Cuba como un espacio que tenía que ser saneado por la guerra. La guerra necesaria – necesaria sobre todo para Martí – fue una guerra higienista, y  que anticipó los trabajos de limpieza del ejército interventor. Solo que la limpieza de Martí, por tratarse de una limpieza moral era más de temer.
            Observemos que Martí se defiende él más que a los cubanos, del insulto de afeminado: “porque nuestros mestizos y nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de llamar, como The Manafacturer nos llama, un pueblo “afeminado”? (énfasis mío). ¿Qué entiende Martí aquí por mestizos? No ciertamente la negritud, puesto que esos “mestizos” y los “jóvenes de ciudad” usan guante y pulen el verso. Se trata, pues, más bien, de esos “cubanos de ascendencia española” que menciona The Manufacturer. Lo que no podemos obviar es que, otra vez, la descripción de esos jóvenes calza con la de Martí: “cuerpo delicado, locuaz, cortés.” Ahora bien, más importante es la explícita diferenciación entre esos “mestizos” y “jóvenes de ciudad,” por un lado, y la “escoria del pueblo” y la ciudad como “casa de inmoralidad,” por el otro. Esa estratificación, hay que decirlo, no es solo de clase y de posición social; es también racial; o para ser más franco, racista. En efecto, no hay que olvidar que Martí está hablando de los héroes de la Guerra de los Diez Años:

Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus buques el país de los libres en el interés de los enemigos de la libertad, obedecer como soldados, dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol, morir — estos hombres de diez y ocho años, estos herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color de aceituna — de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta; murieron como esos otros hombres nuestros que saben, de un golpe de machete, echar a volar una cabeza, o de una vuelta de la mano, arrodillar a un toro. Estos cubanos “afeminados” tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln (“Vindicación…) (énfasis mío).

            “Herederos de casas poderosas,” vendieron “[su] reloj” y “sus dijes.” En esa guerra no pelearon negros. De un plumazo Martí blanqueó la guerra de los Diez Años. Y en esa guerra pintada con lechada, al final, se inserta su patético gesto que iguala con el heroísmo de los que pelearon de verdad: “Estos cubanos “afeminados” tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln.” Pero hay más:

las mujeres de estos “perezosos”, “que no se saben valer”, de estos enemigos de “todo esfuerzo”, llegaron aquí recién venidas de une existencia suntuosa, en lo más crudo del invierno: sus maridos estaban en le guerra, arruinados, presos, muertos: la “señora” se puso a trabajar; la dueña de esclavos se convirtió en esclava (“Vindicación…”).

            Aquí tenemos una de las pruebas más palpables del racismo que alienta en “Vindicación de Cuba.” No se trata solo de que los sacrificios y los logros que celebra sean los de los blancos acaudalados, sino de que dando muestras del más elemental sentido de justicia, Martí se atreva a equiparar el “sacrificio” de la señora que tiene que trabajar, con la el trabajo esclavo. ¿Y qué trabajos hizo esa señora que la convirtieron en esclava?: esa señora “se sentó detrás de un mostrador; cantó en las iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosió a jornal; rizó plumas de sombrerería” (“Vindicación…”).
            El puntillazo final lo dan los ejemplos de cubanos con que Martí se defiende y
defiende a los suyos: todos blancos; ninguno pobre. Y casi todo verdaderos hombres de fortuna. Porque, además, se le olvidaron las mujeres. La lista empieza con Heredia, cantor del Niágara. Y sigue: “Un cubano, Menocal, es jefe de los ingenieros del canal de Nicaragua.”
            Martí se refiere a Aniceto García Menocal que salió de Cuba hacia los Estados Unidos a estudiar en una universidad privada: el Rensselaer Polytechnic Institute (Troy, Nueva York), que fue fundado en 1824. Se graduó en 1862 y regresó a La Habana donde trabajó, primero como ingeniero asistente, y más tarde como jefe de ingenieros en la construcción de la planta de tratamiento de agua. En 1872 entró en el servicio del Departamento de Marina de los Estados Unidos. Fue nombrado jefe de ingenieros de todas las inspecciones en Nicaragua. Cartografió las dos posibles rutas para un canal interoceánico. Fue invitado a Francia en 1880 y fue uno de los pocos delegados estadounidenses de los que se les pidió hablar en el Congres International d’Etudes du Canal Interoceanic.
            Pues bien, solo unos años de publicar “Vindicación de Cuba,” en 1885, para ser más exactos, en Carta a La Nación de Buenos Aires, Martí menciona “un sistema de tratados comerciales o convenios de otro género, la ocupación pacífica y decisiva de la América Central e islas abyacentes por los Estados Unidos” (OC 2, 322). Martí pasa a censurar a “los hombres activos” de “nuestros países de América” por

su “inmoderado deseo […], de desarrollar, a costa aún de la libertad futura de la Nación, sus riquezas materiales, así Nicaragua […], ha contratado con el gobierno de Estados Unidos la cesión, punto menos que completa, de una faja de territorio que de un Océano a otro cruza la República, para que en ella construya el gobierno norteamericano y mantenga, a su propio costo, un canal, con fortalezas y ciudades de los Estados Unidos en ambos extremos, sin más obligación que una reserva de derechos judiciales en tiempo de paz a las autoridades nicaragüenses, y el pago de una porción de los productos líquidos del canal, y de las propiedades que fincan en el territorio cedido al gobierno norteamericano (323) (énfasis mío).

            Menocal, ese cubano de que se enorgullece Martí en 1889, no sólo era blanco, ciudadano norteamericano y oficial de la Marina de Estados Unidos, sino que fue también, en efecto, el impulsor de la construcción de ese canal, además de haber cartografiado él mismo el terreno. La construcción del canal provocó por otra parte una disputa entre Costa Rica y Nicaragua, hecho al que se refiere Martí, en sus “Notas sobre Centro América,” para añadir a continuación: “Sabido es que el Sr. Menocal, el ingeniero americano, acaba de firmar con Nicaragua un contrato para la construcción del canal de Nicaragua” (OC2, 546).
Hay dos cuestiones que quiero señalar. Primero, en “Vindicación de Cuba,” Martí reclama como cubano y encomia el papel protagonista del ingeniero Menocal en una empresa imperial y, si se quiere, casi anexionista. Segundo, Martí sabía – como puede verse – que Menocal era ciudadano naturalizado estadounidense. Así, en un texto supuestamente anti – anexionista, la exaltación de Menocal desdibuja la diferencia entre las identidades cubana y estadounidense, comprometiendo de hecho el supuesto anti-anexionismo martiano. Así, en un artículo publicado el 17 de diciembre de 1884 The World (Nueva York) cita un editorial en el que se afirma que el canal “es prácticamente el paso más radical que se haya dado por nuestro gobierno en el mantenimiento de la doctrina Monroe” (“Canal Treaty Prospects” 1). El artículo expresa que Menocal tenía esperanzas de que “el tratado nicaragüense sería ratificado, el canal lo construyeran y lo controlaran los Estados Unidos.” Y añade: “La compañía que tenía la concesión, dijo el Sr. Menocal, estaba compuesta totalmente por ciudadanos americanos.”
Entre los cubanos destacados, Martí menciona también a [Francisco Javier] Cisneros, quien “ha contribuido poderosamente al adelanto de los ferrocarriles y la navegación de ríos de Colombia” (“Vindicación…”). En el site de la Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango, de Colombia, hay una página dedicada a Cisneros donde leemos:
 
Con 38 años cuando llegó a Antioquia en 1874 a encargarse del trazado y construcción de su ferrocarril, Cisneros poseía una personalidad decidida y valerosa, a la que no arredraban ni las fieras ni los miasmas deletéreos del trópico, pero tampoco las más feroces fieras y tormentas de la política local, pues venía respaldado por una gran escuela ingenieril norteamericana, curtido profesionalmente con diez años de experiencia ferroviaria y con las cicatrices aún frescas de su participación en una revolución inconclusa. Nacido en Santiago de Cuba, su abuelo militar y su padre abogado le posibilitaron económicamente estudios de ingeniería civil en la Universidad de La Habana y una especialización en el ya famoso Rensselaer Polytechnique Institute de Troy, Estados Unidos. De regreso a Cuba en 1858, ejerció como director y administrador de ferrocarriles de la Isla durante diez años, al cabo de los cuales la vida de Cisneros dio un viraje súbito al consagrarse de tiempo completo a la causa revolucionaria anti-española, encargándose de la dirección del periódico independentista El País y participando en las actividades preparatorias de la conspiración de Yará, en 1868. Perseguido de cerca por los españoles, huyó hacia New York, donde adoptó la ciudadanía estadounidense como rechazo a la hispánica, organizó siete expediciones revolucionarias a la Isla, la mayoría exitosas, e incluso publicó el libro Verdad histórica de los sucesos de Cuba.
Incansable en la búsqueda de recursos para la causa, hizo su primer contacto con Colombia en 1870, donde reclutó cerca de sesenta voluntarios en el Estado Soberano del Cauca, con quienes se embarcó hacia Cuba. Pero así como fue de inesperada su adhesión a la revolución, así lo fue su abrupta ruptura con ella, en 1871, recuperando Cisneros su primitiva vocación. Quien llega a Antioquia en 1874 no es, pues, el revolucionario, sino el ingeniero ferroviario, quien agradecido con Colombia y sinceramente ansioso de ayudar a su progreso material, sin descartar anhelos de fortuna propia, lejos estaba de sospechar que su presencia desataría una verdadera revolución en las comunicaciones y transportes colombianos.
…………….
Cuando en 1898 Cisneros abandonó el país, su fama era inversamente proporcional a su fortuna. En Antioquia, era ya considerado un "héroe del trabajo", ideal anhelado para reemplazar a los héroes militares. Mientras descendía, enfermo, por el Magdalena, llegó a Puerto Berrío, sitio de su primer éxito y de cuyos pantanos debió ser sacado tres veces agobiado por las fiebres tercianas. Quizá entreviera que su ecuación de los ferrocarriles colombianos estuvo mal planteada: en vez de empezar desde la inhóspita manigua hacia las frescas sabanas, debió haber procedido al revés, reduciendo riesgos económicos y naufragios morales. No obstante, la eponimia de la técnica en Colombia lo recompensó manteniendo viva hasta hoy su memoria, al darle su nombre no sólo a una plaza de Medellín, con su estatua, sino también a dos municipios situados en las líneas férreas de Buenaventura a Cali y de Puerto Berrío a Medellín. Aún le quedaban a Cisneros energías para reencontrarse con su pasado revolucionario, pues ya en New York apoyó a los independentistas cubanos con fondos propios y en misiones secretas ante el gobierno norteamericano. No pudo, sin embargo, ver el triunfo de la revolución, pues murió hace cien años, el 7 de julio de 1898, en la metrópoli neoyorkina.

Si Menocal era yanqui, Cisneros era prácticamente colombiano. Y se había
naturalizado ciudadano norteamericano. Martí también menciona a Manuel Márquez Sterling, de quien dice que “otro cubano, obtuvo, como muchos de sus compatriotas, el respeto del Perú como comerciante eminente.” Martí pudo haberse acordado de José White, y de Brindis de Salas, pero en el momento de responderles a los yanquis solo se acordó de “cubanos” blancos y ricos. También podría decirse que buscó sus hombres entre aquellos que, mayormente, se habían hecho ciudadanos norteamericanos y/o se habían formado en los Estados Unidos, e incluso servido en la empresa imperial, como Menocal. Y todavía queda otra perla del racismo, e incluso del anexionismo solapado de “Vindicación de Cuba:”

Estamos “incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía de un país grande y libre”. Esto no puede decirse en justicia de un pueblo que posee — junto con la energía que construyó el primer ferrocarril en los dominios españoles y estableció contra un gobierno tiránico todos los recursos de la civilización — un conocimiento realmente notable del cuerpo político, una aptitud demostrada para adaptarse a sus formas superiores, y el poder, raro en las tierras del trópico, de robustecer su pensamiento y podar su lenguaje (“Vindicación…”) (énfasis mío).

Como puede verse, Martí dice que no puede decirse de los cubanos que están “incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía de un país grande y libre.” Cita, con mínimos cambios, de “¿Queremos a Cuba?”[xv] Es decir, que somos aptos para formar parte de la Unión americana. Pudo haber dicho que no lo necesitábamos, incluso que no queríamos ser un estado de los Estados Unidos. Pero en lugar de ello, dejó ahí la huella anexionista. Y para reafirmarlo tuvo a buen cuidado afirmar la naturaleza excepcional de la inteligencia y capacidad del cubano, raros, según él “en las tierras del trópico.” O sea, somos más blancos, e incluso más norteamericanos – menos caribeños, tropicales – de lo que pensaban los periodistas yanquis.
¿Por qué extrañarnos? En su última entrada en Nueva York, en 1894, en el “Manifiesto de Pasajeros” Martí declaró ser ciudadano estadounidense. Los editores de Latino/a Thought. Culture, Politics and Society nos dicen que: “La emigración sirvió como crisol de la nación, porque muchos elementos vitales de la nacionalidad cubana se forjaron y adquirieron su forma definitiva en América del Norte.” He aquí algunos de los ejemplos que mencionan: Estrada Palma y Gonzalo de Quesada eran ciudadanos norteamericanos, y este último se graduó en Derecho en la Universidad de Columbia. El Gral. Pedro Betancourt, comandante de la División de Matanzas, fue ciudadano americano y se graduó en la Universidad de Pensilvania. También los jefes de expediciones, Gral. Emilio Núñez y Gral. Carlos García Vélez. El Gral. José Ramón Villalón, que sirvió en el Estado Mayor de Maceo, se graduó de ingeniería en la Universidad de Leigh. El Gral Carlos Roloff, naturalizado ciudadano norteamericano, trabajó para Bishop and Company, en Caibarién (Latino/a… 137). Otro ejemplo es el de Benjamin Guerra que se había naturalizado ciudadano norteamericano, y era propietario de varias tabaquerías en Cayo Hueso y Tampa. Guerra fue nombrado secretario del tesoro del PRC (Pérez 97).
Según los records, Guerra se naturalizó ciudadano americano el 29 de diciembre de 1886. Louis A. Pérez Jr. cita una declaración de Guerra, de 1897, en la que reconoció que Cuba era un “satélite” y estaba “bajo la influencia” de los Estados Unidos. Pero añadió rápidamente que Cuba “girará y tendrá una órbita propia. No perderá su identidad” (citado en Pérez Jr.). Lo interesante es que Guerra posterga al futuro nebuloso la adquisición, por parte de Cuba, de una órbita propia, mientras señala que en su estado presente era un satélite de los Estados Unidos. Por eso su afirmación de que Cuba “no perderá su identidad” es contradictoria, y reveladora al mismo tiempo de cuán comprometidas estaban ya las fronteras no sólo económicas y políticas, sino también simbólicas entre los dos países. Si se quiere un ejemplo más claro de lo que afirmo, veamos la nota que publicó The Evening World, de Nueva York, el 9 de abril de 1894, con motivo de la llegada de Máximo Gómez a esa ciudad. Ahí se informa que Benjamin Guerra, en conversación con el reportero del periódico, expresó que la lucha empezaría pronto y, continúa este último, “comparó la situación a la que tenía este país cuando George Washington tomó las cosas en sus manos.” Y continúa el reportero: “‘Nosotros somos prácticamente americanos,’ dijo el Señor Guerra. ‘Somos americanos en el sentido de que tenemos ideas americanas y queremos el modo de gobierno americano. Tenemos ciudadanos educados, intelectuales que, hasta el último
hombre, lucharán por la independencia’” (“Watched…” 1).
Quiero subrayar el hecho de que, no un anexionista, sino un independentista – y, además, uno de los más allegados a Martí – expresara, simultáneamente, que los ideales de los revolucionarios y la forma de gobierno a la que aspiraban eran los de Estados Unidos; y que lucharían hasta el último hombre por la independencia.
Hay que decir, además, que esto no había escapado a la atención del propio Martí. El 27 de enero de 1894, Martí publicó en Patria el artículo “¡A Cuba!” Además de imperioso, el título en cuestión sugiere urgencia; y que no podía ser otra que la de comenzar la guerra:

¡Cuándo con más prueba que hoy, después de los sucesos de Key West, después de ese odioso espectáculo de una ciudad creada por sus hijos adoptivos que se sale de su suelo y de su ley para ir a traer de afuera los enemigos de sus hijos, cuándo, con más angustia ni más amor que hoy, brotó del corazón cubano este grito: ¡A Cuba!? (OC 3, 47).

Se había producido un incidente en Cayo Hueso que involucró a su vez a La Habana. Según Joan Casanovas Codina, “la burguesía no cubana del Cayo” se propuso “debilitar las organizaciones obrero-separatistas dividiendo étnica y políticamente a los trabajadores tabacaleros, casi todos ellos cubanos que apoyaban al PRC” (Casanovas Codina 264).
En enero de 1894 La Rosa Española, fábrica de tabacos propiedad de un español y de un alemán, fueron a La Habana y contrataron a un grupo de peninsulares. Los tabaqueros cubanos de la fábrica protestaron declarándose en huelga, y los dueños de la fábrica, como respuesta, enviaron una comisión a La Habana para reclutar cerca de 300 trabajadores que reemplazaran a los trabajadores en huelga, “pero sin informar a los que iban a ser contratados de lo que estaba ocurriendo en el Cayo.” Pero, como nos dice Casanovas Codina, esa crisis “supuso un gran éxito para el movimiento separatista,” puesto que la dirección del PRC, “al ver que se desafiaba la influencia del partido en el Cayo, consiguió que las autoridades federales de Estados Unidos considerasen que era ilegal la introducción de estos trabajadores” (264). El incidente ilustra la ambigüedad del Cayo como espacio político in- between Cuba y los Estados Unidos. El lector recordará que ya me referí a esto al comentar un relato de viaje del Cayo a La Habana. Las acciones tanto de los trabajadores cubanos como del PRC demuestran el poder político de los cubanos en el lugar. En efecto, en un breve artículo titulado “Key West and Its Industries” publicado el 27 de marzo de ese mismo año, se dice que el Cayo era “una ciudad completamente española, habiendo allí menos de mil blancos angloparlantes de una población de 25, 000 habitantes, compuesta mayormente de cubanos, negros hispano-hablantes, y bahamenses” (“Key West….” 3). Así y todo, el hecho mismo de que ese poder tuviese que ser legitimado, naturalmente, por las leyes norteamericanas, implicaba un espacio de negociación.
Al igual que en “Vindicación de Cuba,” Martí se jacta de que el Cayo, “en manos de los yanquis” no era más que “arenal y bohío.” No me detendré en el origen y la composición del Cayo como los describe Martí, porque lo que quiero es llamar la atención sobre la extraña manera en que Martí le da la razón aquí a los ataques del periódico de Filadelfia. Recordemos lo que había expresado The Manufacturer:

Su falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la indolencia con que por tanto tiempo se han sometido a la opresión española; y sus mismas tentativas de rebelión han sido tan lastimosamente ineficaces que se levantan poco de la dignidad de una farsa.

Pues, en “¡A Cuba! dice Martí:

Si los cubanos quieren tierra inmune, donde puedan mandar, conquístense su tierra, como el yanqui le conquistó al inglés la suya. Un yanqui que ha conquistado su tierra no es igual, sino superior, a un cubano que no ha conquistado la suya: ¡ni aquellos yanquis que pelearon por su libertad contra el inglés son iguales, sino superiores, a los yanquis que van a pedir ayuda al extranjero para empobrecer y humillar a hijos de América que pelean por la libertad! (OC 3, 51)

            Si bien los primeros yanquis eran superiores a los que le siguieron, estos todavía son superiores a los cubanos, de lo que resulta, por tanto, que los cubanos son inferiores por partida doble: en comparación tanto a los primeros yanquis, como a los otros.
            Martí está irritado porque ocurrió el incidente en el Cayo, Seindeberg, que era uno de los dueños de La Rosa Española, “entró en tratos con la ciudad rival de Tampa, donde ofrecen a los fabricantes la tierra y las franquicias que el concal de Key West no supo darles; preguntan en Key West los norteamericanos por qué se va el Seidenberg, y le oyen que es porque no puede traer al Cayo obreros españoles” (49). Martí implica que los norteamericanos del Cayo “acusaron a los cubanos de rufianes, hasta árbol pidieron donde colgar algún cubano de ejemplar, y desertando los empleos que deben a la confianza y prosperidad de los hijos de Cuba, al patriotismo y trabajo de los hijos de la revolución, salieron de la ciudad creada por la revolución cubana a pedir a una monarquía extranjera soldados enemigos de los naturales de América que les han fabricado la ciudad” (50). Pero, como él mismo reconoce: “[el deber] de los norteamericanos es el tener la indulgencia, y de los cubanos el cumplir la ley del país” (51).
            Ahora bien, es importante poner atención a lo que según Martí, fue el error de los cubanos del Cayo:

De confianza y gratitud excesivas fue el error principal, y acaso el único, de esa sociedad naciente: por el Washington de la leyenda, que fue más la criatura de su pueblo que su creador; por el amor de aquel Lincoln de quien llevamos luto los cubanos, y en todo fue de bondad inefable, menos en el consentimiento de hacer de Cuba el vertedero de todos los estorbos de su nación; por el cansancio de la incuria y tiranía de España, que en los hombres de peso y realidad inspiraba un amor vivo a la aparente justicia y superioridad norteamericana; por la ciega pasión de las libertades yanquis, forma natural en toda alma ordenada del aborrecimiento a la opresión y desidia españolas; por el natural apego de los hombres de adelanto y orden a las libertades hechas, que suelen en los impacientes y egoístas convertirse en desdén y abandono de la libertad propia, y por el noble natural del cubano, que pisaba con ternura el suelo en que podía pensar libremente y trabajar sin deshonor (48) (énfasis mío).

           
Supongamos que Martí desconocía que Washington tuvo esclavos toda su vida y que solo les dio la libertad cuando tenía la muerte cerca.[xvi] Digo supongamos, pero es difícil que no lo supiera.[xvii] Respecto a Lincoln – por quien llevó luto, y no perdió nunca la ocasión de repetirlo, como ya sabemos que hizo en “Vindicación de Cuba” – Martí estaba al tanto, como se infiere de lo que dice, de su idea de deportar los negros americanos a las Indias Occidentales, incluyendo Cuba.[xviii]  Más importante, sin embargo, es cómo Martí alude a esto: “el consentimiento de hacer de Cuba el vertedero de todos los estorbos de su nación.” Es Martí quien bastante explícitamente ve a los negros como inmundicias – puesto el vertedero es a donde van a parar las inmundicias, la basura, lo sucio. De aquí que su inveterada admiración por los fundadores de los Estados Unidos no puede disociarse del racismo y la esclavitud implicados en esa fundación, lo mismo que en la de Cuba.
            Lo segundo, es que el Cayo – que puede decirse que fue en gran medida el experimento social, republicano, de Martí – revela, incluso a pesar de su relativa insularidad y cubanización, la complejidad y ambigüedad de los lazos en que la experiencia misma de la emigración empantanó el ideal independentista:

llegó el Cayo a amar tanto a la tierra de su asilo, y a confundir de modo tal la libertad que lleva de disfraz con la conquista que lleva en el corazón, que por su misma mano entregó al conco en mal hora el gobierno de la ciudad que el conco no había sabido levantar. Hasta en las entrañas de la casa ponía el cubano el agradecimiento: el uno reñía con sus amigos por defender este o el otro candidato yanqui; el otro, aunque volviera mañana a su tierra libre, levantaba, como la ermita de la gratitud, una casa en el Cayo a la orilla de la mar: bendecía el otro, ya a la sombra de los árboles plantados por su mano, el suelo donde le volvió a nacer la familia que le echaron de Cuba la pobreza y la persecución: le nacía al otro una hija, y la llamaba como una india buena, o como un Estado de la patria norteamericana. Uno tenía a Blaine sobra el piano, y otro tenía en la sala a Cleveland. El de Blaine, engañado por el deseo, veía al redentor de Cuba en aquel prestidigitador de preocupaciones que fue da Cuba el enemigo más frío e insolente: el de Cleveland, creía ver en él el adversario de lo que en todas partes se ha de combatir, de la república de privilegios y el monopolio injusto (48-49).

            Se trata del aplatanamiento, pero al revés. Martí mismo llama a los Estados Unidos la “patria norteamericana.” Estos cubanos del Cayo, como Martí mismo, pasaron tanto tiempo en las entrañas del monstruo, que el monstruo termino siendo entrañable. Incluso, hasta el punto de que lo que separa a los cubanos es nada menos que el apoyo a partidos y candidatos yanquis. Curiosamente, los retratos que tenían en la casa, no eran siquiera el de Bolívar o el de Heredia, sino el de Cleveland y el de Blaine. Blaine, que fue nada menos quien, cuando Martí escribe “Vindicación de Cuba,” promovía ardientemente la anexión de Cuba.

CODA

            Si había alguien a quien no le asistía ningún derecho a protestar, ni a sentirse
insultado por los artículos de los periódicos de Filadelfia y de Nueva York, ese era Martí. Y a los martianos que similarmente se han sentido reivindicados como cubanos en la respuesta de Martí tampoco les cabe ningún derecho, a menos que antes reconozcan la culpa de Martí, y de paso la de ellos mismos por tomarlo acríticamente, en el tratamiento de otros pueblos. En la Carta a La Nación de Buenos Aires del 2 de junio de 1886, sobre el suceso de Haymarket, Martí afirma:

Importa mucho a los pueblos que se acrecen con la inmigración de Europa ver en qué ayuda y en qué daña la gente que inmigra, y de qué países va buena, y de cuál va mala.
Los Estados Unidos, que están hechos de inmigrantes, buscan ya activamente el modo de poner coto a la inmigración excesiva o perniciosa: viendo de dónde viene el mal a los Estados Unidos, pueden librarse de él los países que aún no han sido llevados por su generosidad o su ansia desmedida de crecimiento, al peligro de inyectarse en las venas
toda esa sangre envenenada (EEU, 631) (énfasis mío).

Y en la Carta, también a La Nación, del 2 de noviembre de 1888:

Y en las casillas de buena población el voto fue tan diligente, que a las diez se veían por los cristales de las urnas los montones blancos. En otras casillas venían en manchas, con su padrón a la cabeza, napolitanos de pipa y calañés, de chaqueta y aretes, a votar en los asuntos de un país cuya lengua no hablan, a peso por oreja. ¡Merinos de lana turbia parecían, y gusanos de fango!: ¿a qué viene a dar voto ese irlandés por el que le regaló el galón de whisky, que deja escondido en el portal de al lado? ¡judío ruso que no sabes leer!, ¿por qué por una chaqueta nueva o por un peso, vienes a influir, con un nombre que te es indiferente, en las cosas públicas de que solo conoces la ganancia que sacas por venderlas?: ¿qué derecho tienes a ejercitar la libertad que odias, alemán barbudo e iracundo? ¡zíngaro raquítico!, ¿por qué roes la chupa de seda de Washington?: ¡extranjero!, ¿por qué perturbas con tu venalidad el pueblo que te da asilo? (EEU, 1138-39).

The Manufacturer y The Evening Post no hicieron otra cosa que darle una cucharada de su propia medicina. Nos trataron exactamente igual que con el mismo desprecio racista que Martí trató a los italianos, a los judíos y, como ya lo he demostrado, incluso a los negros cubanos. Lo dejo ahí, a la puesta de un campo de concentración, inspeccionando guiñapos de carne humana. Es a toda esa gente ninguneada por Martí a la que hay que vindicar.     


Obras Citadas

Austin Weekly Stateman. “Annexation of Cuba.” February 14, 1889, p. 9.

Bejel, Emilio. “Martí, los Estados Unidos y el ‘hombre afeminado’.” Confluencia. Revista Hispánica de Cultura y Literatura. Vol. 27. No 1. Fall 2011, pp. 45-50. 

Callejas, Bernardo. “1889 en José Martí: hacia un nuevo Ayacucho.” Anuario del Centro de Estudios Martianos 4. La Habana: CEM, 1981, pp. 106-145.

Casanovas Codina, Joan. ¡O pan, o plomo! Madrid: Siglo XXI de España Editores, 2000.

Craig, William. Yankee Come Home: On the Road from San Juan Hill to Guantánamo. New York: Walker Publishing Co., 2012.

Froude, James Anthony. The English in the West Indies: Or, The Bow of Ulysses. London: Longmans, Green, and Co., 1888.

Hernández Vázquez,  Francisco and Rodolfo D. Torres, ed. Latino/a Thought. Culture, Politics and Society. Oxford, England: Rowman & Littlefield Publishers, 2003.

Hidalgo Paz, Ibrahím. “Vigencia de Vindicación de Cuba.” Librínsula, la Isla de los libros, 19 de marzo de 2004. Ver: http://librinsula.bnjm.cu/1-205/2004/abril/14/documentos/documento44.htm
  
Kirk, John. “José Martí and the United States: A Further Interpretation.” Journal of Latin American Studies 2, vol. 9, Nov., 1977, pp. 275-290.

Martí, José. Obras Completas 2. La Habana: Ed Ciencias Sociales, 1991.

---. Obras Completas 1. La Habana: Ed Ciencias Sociales, 1991.

---. Obras Completas 3. La Habana: Ed Ciencias Sociales, 1991.

---. Aforismos. Selección y Presentación de Jorge Sergio Batlle. La Habana: CEM, 2011.

---. Obras Completas 2. La Habana: Editorial Lex, 1953.

---. En los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892. Ed. crítica. Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez, coord. Colección Archivos. Barcelona: UNESCO, 2003.

Mayor Mora, Alberto. “Centenario de un pionero del desarrollo El ingeniero Francisco Javier Cisneros 1836 – 1898.” Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango. http://www.banrepcultural.org/node/124744

Morales, Salvador E. “Utopía y praxis revolucionaria: las alternativas de José Martí para América Latina.” CUYO, Anuario de Filosofía Argentina y Americana, Nº 13, Año 1996, pp.101-116.

Morán, Francisco. Martí, la justicia infinita. Madrid: Verbum, 2014.

New York Daily Tribune. “Mr. Froude on America.” February 12, 1888, p. 12.

Pérez A, Louis. Cuba Between Empires, 1878-1902. Pittsburgh, PA: University of Pittsburg Press, 1983.

Pérez Firmat, Gustavo. “‘Dolor de pequeñez’: Martí y Pulgarcito.” La Habana Elegante, Fall-Winter 2010. http://www.habanaelegante.com/Fall_Winter_2010/Invitation_PerezFirmat.html

Pérez Jr., Luis A. On Becoming Cuban: Identity, Nationality, and Culture: Identity, Nationality... North Caroline: University of North Caroline Press, 1999.

Pita, Beatrice. “Engendering Critique: Rass, Class, and Gender in Ruiz de Burton and Martí.” Jeffrey Belnap & Raúl Fernández, editors. José Martí’s “Our America.” From National to Hemispheric Cultural Studies. Durham and London: Duke University Press, 1998, pp., 129-144.

Pittsburgh Dispatch. “Annexation Talk.” Pennsylvania. February 21, 1889, p. 4.

Pérez Vázquez, Marlene. “A cada ofensa, una respuesta: ‘Vindicación de Cuba’ en el taller escritural de José Martí.” Anuario del Centro de Estudios Martianos 30. La Habana: CEM, 2007, pp. 113-122.

Prieto, Abel. El humor de Misha. La crisis del “socialismo real” en el chiste político. Buenos Aires: Ediciones Colihue S.R.L, 1997.

Rojas, Rafael. “Otro gallo cantaría. Ensayo sobre el primer republicanismo cubano.” José Antonio Aguilar y Rafael Rojas, coordinadores. El republicanismo en Hispanoamérica. Ensayos de historia intelectual y política. México: FCE, CIDE, 2002, pp. 289-310.

Roosevelt, Theodore. American Ideals and Other Essays, Social and Political. New York and London: G. P. Putnam’s Sons, 1897.

Sierra Madero, Abel. Del otro lado del espejo. La sexualidad en la construcción de la nación cubana. La Habana: Casa de las Américas, 2006.

The Atlanta Constitution. “Cheered by Cubans.” Georgia, 24 de marzo de 1889, p. 11.

The Council Grove Republican, 22 de Marzo de 1889, p. 4.

The Daily Republican. “Key West and Its Industries.” 27 de marzo de 1894, p. 3.

The Evening World. “Watched by Spanish Spies. Gen. Gomez, the Cuban Revolutionist, in This City.” 9 de abril de 1894, p. 1.

The Sun. “One of Mr. Blaine’s Ideas.” February 13, 1889, p. 4.

The Saint Paul Globe. “Some Side Remarks. Cullom Wants Canada and Hampton Would Annex Cuba.” March 13, 1889, p. 1.

----. “Blaine’s Foreign Policy,” 21 de febrero de 1888, p. 4.

The Indianapolis News. “Our Use of Cuba.” March 19, 1889, p. 2.

The World. “Canal Treaty Prospects.” 17 de diciembre de 1884, p. 1.

Valdés Vivó, Raúl. La Argentina dentro de Martí. Buenos Aires: Ediciones Colihue, 1995.

Watts, Sarah. Rough Rider in the White House. Theodore Roosevelt and the Politics of Desire. Chicago and London: Chicago University Press, 2003.



[i] Por ejemplo, el presidente Gerardo Machado, nos dice Rafael Rojas que “intentó reforzar la imagen nacionalista de su primer periodo, editando y distribuyendo, en 1926, 20 000 ejemplares del ensayo Vindicación de Cuba” (“Otro gallo cantaría” 295).

[ii] Mi traducción. A partir de ahora, a menos que indique lo contrario, todas las traducciones son mías. Como otros autores que también han estudiado la visión de Martí sobre los Estados Unidos, Kirk propone una transformación de esa visión que va del elogio y la admiración ingenuos, a la desilusión. Véase también Salvador E. Morales, pp. 104-105.

[iii] A Cualquiera que esté medianamente familiarizado con la escritura de Martí no puede escapársele su obsesión con la honra, y con el honor, y mucho menos, el trasfondo de esta obsesión: la comedia del Siglo de Oro español, el españolismo de esa picazón.

[iv] Similarmente, Abel Prieto describe “Vindicación de Cuba” como “rotunda respuesta” de Martí. Añade que “[a] aquella semblanza oprobiosa de un ‘pueblo afeminado’, ‘de vagabundos míseros y pigmeos morales’, ‘de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio’, Martí da una respuesta cargada de fervor patriótico y de indignación por la afrenta…” (81) (énfasis mío). Para Raúl Valdés Vivó, con Vindicación de Cuba Martí nada menos que “propina un bofetón a The Manufacturer..” (24).

[v] En “La recepción en Filadelfia,” publicado en Patria el 20 de agosto de 1892, leemos: “Y al volver a New York el Delegado, la última mano que apretó fue la de un hombre que ni en una guerra ni en otra, porque peleó en las dos, se movió de su caballo mientras quedó un pelotón con la bandera, y hoy, en la riqueza de su trabajo, aguarda, fuerte de hombros y hecho a mirar de lejos, la hora de que se vuelva a oír por el monte el nombre del comandante Braulio Peña : ¡cubanos que crean, cubanos que recuerdan, cubanos que saben por su persona cómo de la guerra se sale con buena salud! Los que no conocen a estos cubanos temen por Cuba, 0 los sociólogos de zancos y monóculo que ven a su tierra por sobre el borde del cristal inglés; pero los que les palpan a estos cubanos el corazón, los que les ven hombrearse con la dificultad y centellear con el recuerdo del heroico peligro, los que ven halando de la tarea en el taller al oficinista y al comandante, al fino mulato baracoeño y al blanco ‘que se honra en tenerlo por amigo’, al emigrado de familia y letras que pudo cambiar su mesa libre de trabajador por un quehacer más pomposo y lucrativo en la servidumbre habanera, ésos no temen por Cuba” (OC 2, 134) (énfasis mío). No es solo la exaltación del héroe, o del hecho heroico, sino sobre todo de la guerra de la que dice Martí “se sale con buena salud.” Esa salud no es otra que la virilidad. Y es justo en esta exaltación que los sentidos de Martí se electrizan al contacto de esa masculinidad entera, formidable, que centellea seductora “con el recuerdo del heroico peligro,” y a la que Martí le aprieta la mano, le palpa “el corazón,” pero también la fuerza “de hombros.” En la escritura el hombrecito – como diría Pérez Firmat – busca hombrearse con el héroe, en el doble sentido de elevar la palabra a la acción heroica, y su masculinidad a la hombría del héroe. Esta identificación con una masculinidad heroica, saludable y definitivamente hermosa – véase, para no ir más lejos, la semblanza de Agramonte – creó un espacio de lazos homosociales donde el homoerotismo, y aun el deseo homosexual reprimido, podían hallar una manera de simultáneamente invisibilizarse y hacerse visibles. Sarah Watts comenta que las descripciones de Theodore Roosevelt “de la belleza y la fuerza de estos hombres saludables en sus treinta no estaban fuera de la costumbre de la época de la intimidad física, aunque no necesariamente sexual, y de las amistades del mismo sexo íntimamente expresadas. Para Roosevelt, la belleza de los soldados, junto con su actuación franca y espíritu marcial, hacía de ellos ‘hombres a los que estoy unido por los lazos más estrechos.’ Estos lazos eran, si no físicamente sexuales, al menos sexualizados y sexualizantes. Sus descripciones de esos hombres los hacían físicamente atractivos, y transformaban el campo de entrenamiento y el campo de batalla en un terreno erótico donde sus participantes podían provocar y satisfacer una sexualidad purificada” (Watts 212-13) (énfasis mío). En ambos casos, en Martí y en Roosevelt, hay una glorificación del sacrificio como saneamiento y elevación del espíritu nacional detrás de lo cual no es difícil advertir la lujuria de la sangre, incluyendo la sangre propia. “La guerra es un remedio excelente,” dijo Martí, “para los países desequilibrados” (Aforismos 168).  Por otra parte, “La ‘gran ventaja para la nación’ de sufrir con la guerra, dijo Roosevelt, venía de la ‘elevación moral’ que protegía a los hombres contra el pacifismo y el faccionalismo, y redimía el honor de la nación. […] Limpiaría la nación…” (Watts 205) (énfasis mío). Sobre homoerotismo y homosexualidad en el contexto de la guerra de independencia en Cuba, véase: Abel Sierra Madero. “La transgresión del canon. Género y sexualidad en la construcción de las historias de las guerras de independencia” en Del otro lado del espejo. La sexualidad en la construcción de la nación cubana, 2006. 

[vi] Ver: Francisco Morán: Martí, la justicia infinita, pp. 646-668.

[vii] En otras crónicas similares véanse: “Cuban Rural Life,” publicada en The Indianapolis News el 16 de abril de 1889, p. 2; y “The Colored Cuban” en The Independence Morning Reporter, 6 de julio de 1889., p. 4.

[viii] El salto que da el corresponsal de la página 257 (la primera cita en el libro) a la 280 (la segunda) muestra a las claras que tenía muy en mente la cuestión de la anexión de Cuba.

[ix] Froude llama cubanos españoles (Spanish Cubans) a los cubanos que pelearon en la Guerra de los Diez Años. Aunque, en efecto, muchos de esos cubanos eran descendientes directos de padres españoles, esa clasificación no puede pasarse por alto dado el contexto racista en que se debatía la anexión. Precisamente, al referirse a esa guerra, Froude la trata exclusivamente como “guerra civil,” es decir, una guerra entre españoles, o entre sujetos que eran totalmente españoles, o lo eran a medias. Su comentario, que de hecho le resta importancia a esa guerra, añade otro matiz racista: “Sabíamos que había durado diez años, pero cuáles habían sido los partidos y sus objetivos era un gran misterio” (Froude 254). 

[x] Ver: “Blaine’s Foreign Policy” en The San Paul Daily Globe, de Minesota, el 21 de febrero de 1888, p. 4.

[xi] Ver: The Arizona Champion, 30 de marzo de 1889, donde se menciona “la fiebre de la anexión,” p. 2.

[xii] Ver también: “By the Nape of the Neck. Is that the way Senator Hampton proposes to take Southern negroes to Cuba?” en The Press and Banner (Abeville, Carolina del Sur), 28 de agosto de 1889, p. 4.

[xiii] Ver: “A Country Governed Too Much” (The Courier Jornal, 31 de marzo de 1889). El artículo expresa que: “Está reconocido que el problema negro es uno de los más difíciles de los que tienen que lidiar nuestros economistas sociales y nuestro gobierno, y se hará más grave si Cuba se añade a nuestros dominios. La isla posee una población mixta, una mitad blanca y la otra mitad de color, pervertida por la falta de educación, siglos de mal gobierno, y un comienzo sembrado en el robo y las masacres. Si se les da la libertad puede que con el tiempo los cubanos se hagan ellos mismos una nación ilustrada y enérgica,” p. 12.

[xiv] Ver: “Cheered by Cubans,” The Atlanta Constitution, Georgia, 24 de marzo de 1889, p. 11.

[xv] La cita textual dice: “incapaces por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía en una república grande y libre.”

[xvi] De la página de internet de la casa de Washington en Mount Vernon: “A pesar de haber sido un activo dueño de esclavos por 56 años, George Washington forcejeó con la institución de la esclavitud y habló frecuentemente de su deseo de poner fin a esta práctica. Al final de su vida, Washington tomó la decisión audaz de emancipar a sus esclavos en su testamento de 1799 – el único dueño de esclavos de los padres fundacionales que hizo esto.” Ver: http://www.mountvernon.org/george-washington/slavery/ten-facts-about-washington-slavery/

[xvii] Esto se sabía en la época de Martí. Véase, por ejemplo: Horace Elisha Scudder. George Washington: An Historical Biography (1889). Pero más importante es el hecho de que la correspondencia de Washington había sido publicada desde hacía mucho tiempo. Y si se quiere tener una idea de su “forcejeo interno” con la institución esclavista, remito al lector a la carta que Washington le escribió a Robert Morris el 12 de abril de 1786 en: Jared Sparks. The Writings of George Washington; being his correspondence, addresses, messages and other papers, official and private. Vol IX.  Boston: Russell, Odiorne, and Metcalf, and Hilliard, Gray, and Co., 1835, pp. 158-60.

[xviii] Según William Craig: “Los dueños de plantaciones de los estados sureños imaginaron que sus propios esclavos se alzarían en rebelión incontenible si España – or una entrometida Inglaterra o Francia – liberara a los esclavos en Cuba. Pero mientras España preservara la esclavitud los sureños se sentirían menos aislados en la práctica de su “peculiar institución.” Y entonces estaba el sueño de añadir Cuba a los Estados Unidos. Los estados esclavistas se regodeaban en la visión de ganar esos “600,000 negros,” cada uno de los cuales estaba, de acuerdo a la Constitución, privado de derecho al voto, y no obstante tenían el valor de tres quinto de una persona blanca, cuando el Censo contara las cabezas para la representación proporcional en el Congreso. Algunos freesoilers compartían el entusiasmo de los esclavistas por la adquisición de Cuba, aunque no como estado. Tanto antes como después de la Guerra Civil, una Cuba anexada era uno de los destinos propuestos (junto con Liberia y Santo Domingo) para la deportación de todos los casi cinco millones de negros de los Estados Unidos, un proceso que solucionaría – en las mentes de muchos pensadores blancos, incluyendo, en cierto momento, Abraham Lincoln – de un golpe el problema racial (Craig 28).

No comments:

Post a Comment